En esta tarde sofocante de verano, recordando al Nobel ferroviario Aleixandre al que, por cierto, se evoca con algunos de sus versos del poco conocido "El Ferrocarril" queremos hacer un pequeño homenaje recuerdo a la malograda Mercedes Blanco quien en su hiperactiva vida poética nos acercó a escenarios pasados de nuestra sociedad con una mirada atrevida, certera, contestataria y radicalmente humana. Reconocemos un cuidado manejo de su lengua castellana y localismos del habla de la Meseta relevantes en su cosmos poético. Recorriendo su "La Estación del Frío", uno hace un gran viaje al pasado entre traqueteos de trenes de madera y suspiros de una vida desafiante con la fuerza de una poeta exploradora de la palabra para acercarnos al alma de seres conocidos y reconocidos que retratan un país de antaño no olvidado del todo.
Me
arrullaron con cuentos de viajes imposibles,
de
adioses y de besos amapola
sangrando
heridos
junto
a los raíles
yertos
en el regazo de balasto
igual
que los destinos no vividos
eclipsados
de dedos amputados
en
tantas tenebrosas despedidas.
En
carne viva el aire desgarrado
despeinaba
viajeras siluetas,
fantasmas
del exilio.
El
humo de los trenes
enlutaba las alas de la tarde.
Las
sombras con mil ojos
se
escondían riñéndole al abrazo
detrás
de los cristales.
Aplastaban
los besos contra el vidrio
sucio
de las lujurias clandestinas
de
incestos de los cielos y el paisaje,
de
aguaceros de sémenes de dioses
resbalados
de lluvia
entre las manos castas de
los siglos.
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